Los segundos pasan y la vida se va, seres humanos que esperan el momento para disfrutar. Mañana no, quizá pasado y tic, tac, tic, tac.
-“Deseo hacer esto, pero hoy ya no puedo”. Serviles a un AMO superyoico algunos seres pasan sus vidas esperando, dejando para mas adelante aquella acción que desearían realizar, y los segundos pasan, los días, las semanas, los meses, los años, la vida.
Los relojes no tienen contemplación, cada segundo nos reenvía a otro y así sucesivamente, obsesivamente, insensiblemente, son indiferentes, omniscientes nos hacen saber que nada es para siempre.
Esclavos del paso del tiempo, las personas se someten pacíficamente a las imposiciones del AMO que convive dentro de cada quien. –“Hoy voy a enseñarle a mi hijo Pablito como se arma un barrilete”, piensa ese hombre y en ese momento una voz interna, que no se escucha, pero sin embargo ordena y prohibe, invade sus pensamientos mediante el imperativo –“No seas irresponsable, con todas las cosas que tenes que hacer”.
Serviles a nuestro propio AMO moderno, postergamos, postergamos y postergamos aquello que tanto queremos y tic, tac, tic, tac, nuestra hora pasa, nuestro tiempo como mortales se nos va.
El avance del segundero es monótono, tan monótona como la vida de tantos seres humanos, que esclavos de ese AMO interno que los somete a su propio capricho, no se animan a realizar un corte, a poner un paréntesis, única forma de provocar un vacío, un espacio para poder sentirse vivos. La orden superyoica mata (de aburrimiento), el deseo vivifica.
Los segundos que resuenan unos tras otros parecen sucederse de tal forma que se nos antojan como continuos, casi pegados. Pero ese “casi” debe ser nuestra brújula, por allí debemos orientarnos, haciéndonos espacio, sujetándonos a la tabla de salvación que representan nuestros deseos.
Aveces ese AMO superyoico que nos con-vive, es trasladado a algún semejante, y en posición de esclavos “in-vivimos” a su arbitrio. Pero el AMO existe si hay un esclavo que lo reconozca como tal, de ahí la flaqueza del amo. De esta forma ser esclavo es una elección, a veces cómoda, pero que trae aparejado un asfixiante mal-estar por estar a merced del Goce del Otro. No es que el Goce del Otro exista, esa es la fantasía, el fantasma que asusta a aquel que se posiciona como esclavo. De allí que la neurosis sea considerada una especie de esclavitud.
Ya dije que no siempre al AMO lo encontramos afuera, la mayor parte de las veces lo llevamos incorporado, es aquel que existe en nuestros pensamientos, en nuestros prejuicios, en nuestra falsa moral, es aquel que nos prohibe hacer lo que deseamos, que nos obliga a postergar, sin tener la necesidad de usar argumentos lógicos, solo ordena.
Aquel que inicia un tratamiento psicoanalítico ira avanzando sobre el territorio del AMO interno, ira rescatando espacios para poder desplegar sus deseos, conquistara su propio lugar donde mal-decir o bien-decir, allí podrá reír, llorar, recordar, permitirse ser libre y elegir. La sesión comenzara a perfilarse como el espacio donde usted podrá no-ser lo que los otros pretenden que sea, encausando su deseo, pero no proponiéndole modelos a imitar. De allí el error de algunos psicólogos que se presentan como ideales a imitar, taponando de esta forma el espacio necesario para que el deseo del sujeto pueda advenir, se terminan por constituir en un nuevo AMO moderno que le indica a su paciente aquello que debe o no debe hacer, perpetuando de este modo la sujeción de la persona que se pretende curar a su neurosis, ya que si el nuevo AMO que ordena como gozar es el propio psicólogo, al paciente solo le queda ocupar la posición del esclavo, es decir del neurótico, dando por resultado una neurosis interminable.
Iniciar o iniciarse en el psicoanálisis es una elección, y como tal siempre hay algo que se elige y algo que se descarta o se pierde
-“Deseo hacer esto, pero hoy ya no puedo”. Serviles a un AMO superyoico algunos seres pasan sus vidas esperando, dejando para mas adelante aquella acción que desearían realizar, y los segundos pasan, los días, las semanas, los meses, los años, la vida.
Los relojes no tienen contemplación, cada segundo nos reenvía a otro y así sucesivamente, obsesivamente, insensiblemente, son indiferentes, omniscientes nos hacen saber que nada es para siempre.
Esclavos del paso del tiempo, las personas se someten pacíficamente a las imposiciones del AMO que convive dentro de cada quien. –“Hoy voy a enseñarle a mi hijo Pablito como se arma un barrilete”, piensa ese hombre y en ese momento una voz interna, que no se escucha, pero sin embargo ordena y prohibe, invade sus pensamientos mediante el imperativo –“No seas irresponsable, con todas las cosas que tenes que hacer”.
Serviles a nuestro propio AMO moderno, postergamos, postergamos y postergamos aquello que tanto queremos y tic, tac, tic, tac, nuestra hora pasa, nuestro tiempo como mortales se nos va.
El avance del segundero es monótono, tan monótona como la vida de tantos seres humanos, que esclavos de ese AMO interno que los somete a su propio capricho, no se animan a realizar un corte, a poner un paréntesis, única forma de provocar un vacío, un espacio para poder sentirse vivos. La orden superyoica mata (de aburrimiento), el deseo vivifica.
Los segundos que resuenan unos tras otros parecen sucederse de tal forma que se nos antojan como continuos, casi pegados. Pero ese “casi” debe ser nuestra brújula, por allí debemos orientarnos, haciéndonos espacio, sujetándonos a la tabla de salvación que representan nuestros deseos.
Aveces ese AMO superyoico que nos con-vive, es trasladado a algún semejante, y en posición de esclavos “in-vivimos” a su arbitrio. Pero el AMO existe si hay un esclavo que lo reconozca como tal, de ahí la flaqueza del amo. De esta forma ser esclavo es una elección, a veces cómoda, pero que trae aparejado un asfixiante mal-estar por estar a merced del Goce del Otro. No es que el Goce del Otro exista, esa es la fantasía, el fantasma que asusta a aquel que se posiciona como esclavo. De allí que la neurosis sea considerada una especie de esclavitud.
Ya dije que no siempre al AMO lo encontramos afuera, la mayor parte de las veces lo llevamos incorporado, es aquel que existe en nuestros pensamientos, en nuestros prejuicios, en nuestra falsa moral, es aquel que nos prohibe hacer lo que deseamos, que nos obliga a postergar, sin tener la necesidad de usar argumentos lógicos, solo ordena.
Aquel que inicia un tratamiento psicoanalítico ira avanzando sobre el territorio del AMO interno, ira rescatando espacios para poder desplegar sus deseos, conquistara su propio lugar donde mal-decir o bien-decir, allí podrá reír, llorar, recordar, permitirse ser libre y elegir. La sesión comenzara a perfilarse como el espacio donde usted podrá no-ser lo que los otros pretenden que sea, encausando su deseo, pero no proponiéndole modelos a imitar. De allí el error de algunos psicólogos que se presentan como ideales a imitar, taponando de esta forma el espacio necesario para que el deseo del sujeto pueda advenir, se terminan por constituir en un nuevo AMO moderno que le indica a su paciente aquello que debe o no debe hacer, perpetuando de este modo la sujeción de la persona que se pretende curar a su neurosis, ya que si el nuevo AMO que ordena como gozar es el propio psicólogo, al paciente solo le queda ocupar la posición del esclavo, es decir del neurótico, dando por resultado una neurosis interminable.
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