OBJETOS DEL SUFRIMIENTO

Seres que llegan a la consulta en posición de objeto del sufrimiento, sin lugar, desechados, excluidos, arrojados como un producto residual, silentes que tocaron fondo. Frases como: - “Yo no encajo en ningún lado, ni yo misma me puedo mirar, soportar”. Exclusión provocada por algún Otro relevante.

Cuerpos pesados de sufrimiento que se “dejan caer” en el sillón de su psicoanalísta sillón al que sienten tan profundo como aquel vació que parece succionarlos hacia la nada. Sensación que un escritor llamado James Joyce definiría como: “el alma que se va desvaneciendo poco a poco... aproximándose a esa región donde moran las huestes de los muertos”. Pacientes que acuden portando un saber sobre su sufrimiento a lo largo de sus vidas. Saber sobre el sufrir que en ocasiones los aísla de los otros. Tratamiento psicoanalítico que brinda a esos sujetos un espacio para ser escuchados, interrogados, intento de deshilvanar madejas anudadas a un displacer que se repite.

Personas objeto en busca de un lugar que les brinde la posibilidad de re-constituirse en sujetos. Espacio, lugar en él, que un psicoanalista podrá brindar, ofertando una escucha particular, albergando esa desesperación impotente. Ese espacio es el del deseo. Deseo que impulsa a ir mas del “de eso no se habla”.

Es así que para la cura que propone el psicoanálisis solo “hace falta” que alguien desde una posición diferente haga circular un deseo. Espacio abierto el de un tratamiento. Abierto a la palabra. Analista que cede la palabra al analizado. Paciente que toma la palabra y es tomado por ella. Construcción de tramas privadas de vida que determinaron su modo de sufrir. Palabra a palabra se va deslizando una historia en presente, dolor que comienza a ser movilizado, transportado, proyectado, gemido que se transfiere en un decir. Lenguaje como cuerpo. Cuerpo golpeado y herido por el vivir. Palabras que se hicieron y se hacen carne. Lo dicho y lo callado. Tarea de escuchar la denuncia de aquello que se enuncia.

Desesperación que ira tomando cuerpo a partir del dicho, transformándose primero en queja, luego en pregunta dirigida al profesional que sostiene la cura. Preguntas que comenzaran a despejar causas, solo en la medida en que el profesional no cierre rápidamente esas preguntas de su paciente con respuestas prefabricadas.

Pasado de sufrimiento inmóvil que al ser actualizado en análisis se libera. Deseo que va ganándole espacio al goce de la resignación que se repite.

Lo que se repite a lo largo de todo una vida: el miedo a elegir. Allí se abandona lo deseado y se obedece a mandatos fantasmáticos y prejuicios categóricos.

Lo que se repite a lo largo de todo una vida: La resignación del “a mi todo me sale mal”.

Lo que se repite a lo largo de todo una vida: “Esto será siempre igual”.

Lo que se repite a lo largo de todo una vida: “Espero que algún día este malestar termine”. Y así siempre cada día se esperara al otro.

Lo que se repite a lo largo de todo una vida: “La culpa es solo mía”. Y el dolor también.

Lo que se repite a lo largo de todo una vida: “La culpa es de...”. Por lo tanto soy inocente, no responsable, ¿un niño?.

Se repite porque una fuerza incontrolable no puede ser liberada.

¿Objeto o sujeto?.

En un análisis el único sujeto que cuenta es el paciente. El lugar del analista es el de una escucha sostenida desde su acto interpretativo, que cuestiona al saber conciente que oculta la causa del malestar.

La posición ética del psicoanalista permite que allí donde “todo” era sufrimiento, advenga Otra cosa.