EFECTOS DE LA ACCIÓN DEMONÍACA
No es fácil encontrar escritos que traten de este asunto, también porque falta un lenguaje común, en el que todos estén de acuerdo. Hay una acción ordinaria del demonio, que está orientada a todos los hombres: la de tentarlos para el mal. Incluso Jesús aceptó esta condición humana nuestra, dejándose tentar por Satanás. No nos ocuparemos ahora de esta nefasta acción diabólica, no porque no sea importante, sino porque nuestro objetivo es ilustrar la acción extraordinaria de Satanás, aquella que Dios le consiente sólo en determinados casos.
Los sufrimientos físicos causados por Satanás externamente. Se trata de esos fenómenos que leemos en tantas vidas de santos. Sabemos cómo San Pablo de la Cruz, el santo cura de Ars, el padre Pío y tantos otros fueron golpeados, flagelados y apaleados por demonios. No se trata en este caso de una influencia interna del demonio en las personas afectadas y por tanto no tienen necesidad de exorcismos.
La posesión diabólica. Es el tormento más grave y tiene efecto cuando el demonio se apodera de un cuerpo (no de un alma) y lo hace actuar o hablar como él quiere, sin que la víctima pueda resistirse y, por tanto, sin que sea moralmente responsable por ello. Esta forma es también la que más se presta a fenómenos espectaculares, del género de los puestos en escena por la película ‘El exorcista’ o del tipo de los signos más vistosos indicados por el Ritual exorcístico: hablar lenguas nuevas, demostrar una fuerza excepcional, revelar cosas ocultas. De ello tenemos un claro ejemplo evangélico en el endemoniado de Gerasa. Pero que quede bien claro que hay toda una gama de posesiones diabólicas, con grandes diferencias en cuanto a gravedad y síntomas. Sería un grave error fijarse en un modelo único.
La vejación diabólica, o sea, trastornos y enfermedades desde muy graves hasta poco graves pero que no llegan a la posesión, aunque sí a hacer perder el conocimiento, a hacer cometer acciones o pronunciar palabras de las que no se es responsable. Algunos ejemplos bíblicos: Job no sufría una posesión diabólica, pero fue gravemente atacado a través de sus hijos, sus bienes y su salud. La mujer jorobada y el sordomudo sanados por Jesús no sufrían una posesión diabólica total, sino la presencia de un demonio que les provocaba estos trastornos físicos. San Pablo, desde luego, no estaba endemoniado, pero sufría una vejación diabólica consistente en un trastorno maléfico: “Por lo cual, para que yo no me engría por haber recibido revelaciones tan maravillosas, se me ha dado un sufrimiento, una especie de espina en la carne [se trataba evidentemente de un mal físico], un emisario de Satanás, que me abofetea” (2 Cor. 12, 7); por tanto, no hay duda de que el origen de ese mal era maléfico.
Las posesiones son todavía hoy bastante raras; pero hay gran número de personas atacadas por el demonio en la salud, en los bienes, en el trabajo, en los afectos… Que quede bien claro que diagnosticar la causa maléfica de estos males (o sea comprobar si se trata de causa maléfica o no) y curarlos, no es en absoluto más sencillo que diagnosticar y curar posesiones propiamente dichas; podrá ser diferente la gravedad, pero no la dificultad de entender y el tiempo oportuno para curar.
La obsesión diabólica. Se trata de acometidas repentinas, a veces continuas, de pensamientos obsesivos, incluso en ocasiones racionalmente absurdos, pero tales que la víctima no está en condiciones de liberarse de ellos, por lo que la persona afectada vive en continuo estado de postración, de desesperación, de deseos de suicidio. Casi siempre las obsesiones influyen en los sueños. Se me dirá que éstos son estados morbosos, que competen a la psiquiatría. También para todos los demás fenómenos puede haber explicaciones psiquiátricas, parapsicológicas o similares. Pero hay casos que se salen completamente de la sintomatología comprobada por estas ciencias y que, en cambio, revelan síntomas de segura causa o presencia maléfica. Son diferencias que se aprenden con estudio.
Existen también infestaciones diabólicas en casas, objetos y animales. No nos extenderemos ahora en este aspecto.
Citamos, por último, la sujeción diabólica, llamada también dependencia diabólica. Se incurre en este mal cuando nos sometemos deliberadamente a la servidumbre del demonio. Las dos formas más usadas son el pacto de sangre con el diablo y la consagración a Satanás
No es fácil encontrar escritos que traten de este asunto, también porque falta un lenguaje común, en el que todos estén de acuerdo. Hay una acción ordinaria del demonio, que está orientada a todos los hombres: la de tentarlos para el mal. Incluso Jesús aceptó esta condición humana nuestra, dejándose tentar por Satanás. No nos ocuparemos ahora de esta nefasta acción diabólica, no porque no sea importante, sino porque nuestro objetivo es ilustrar la acción extraordinaria de Satanás, aquella que Dios le consiente sólo en determinados casos.
Los sufrimientos físicos causados por Satanás externamente. Se trata de esos fenómenos que leemos en tantas vidas de santos. Sabemos cómo San Pablo de la Cruz, el santo cura de Ars, el padre Pío y tantos otros fueron golpeados, flagelados y apaleados por demonios. No se trata en este caso de una influencia interna del demonio en las personas afectadas y por tanto no tienen necesidad de exorcismos.
La posesión diabólica. Es el tormento más grave y tiene efecto cuando el demonio se apodera de un cuerpo (no de un alma) y lo hace actuar o hablar como él quiere, sin que la víctima pueda resistirse y, por tanto, sin que sea moralmente responsable por ello. Esta forma es también la que más se presta a fenómenos espectaculares, del género de los puestos en escena por la película ‘El exorcista’ o del tipo de los signos más vistosos indicados por el Ritual exorcístico: hablar lenguas nuevas, demostrar una fuerza excepcional, revelar cosas ocultas. De ello tenemos un claro ejemplo evangélico en el endemoniado de Gerasa. Pero que quede bien claro que hay toda una gama de posesiones diabólicas, con grandes diferencias en cuanto a gravedad y síntomas. Sería un grave error fijarse en un modelo único.
La vejación diabólica, o sea, trastornos y enfermedades desde muy graves hasta poco graves pero que no llegan a la posesión, aunque sí a hacer perder el conocimiento, a hacer cometer acciones o pronunciar palabras de las que no se es responsable. Algunos ejemplos bíblicos: Job no sufría una posesión diabólica, pero fue gravemente atacado a través de sus hijos, sus bienes y su salud. La mujer jorobada y el sordomudo sanados por Jesús no sufrían una posesión diabólica total, sino la presencia de un demonio que les provocaba estos trastornos físicos. San Pablo, desde luego, no estaba endemoniado, pero sufría una vejación diabólica consistente en un trastorno maléfico: “Por lo cual, para que yo no me engría por haber recibido revelaciones tan maravillosas, se me ha dado un sufrimiento, una especie de espina en la carne [se trataba evidentemente de un mal físico], un emisario de Satanás, que me abofetea” (2 Cor. 12, 7); por tanto, no hay duda de que el origen de ese mal era maléfico.
Las posesiones son todavía hoy bastante raras; pero hay gran número de personas atacadas por el demonio en la salud, en los bienes, en el trabajo, en los afectos… Que quede bien claro que diagnosticar la causa maléfica de estos males (o sea comprobar si se trata de causa maléfica o no) y curarlos, no es en absoluto más sencillo que diagnosticar y curar posesiones propiamente dichas; podrá ser diferente la gravedad, pero no la dificultad de entender y el tiempo oportuno para curar.
La obsesión diabólica. Se trata de acometidas repentinas, a veces continuas, de pensamientos obsesivos, incluso en ocasiones racionalmente absurdos, pero tales que la víctima no está en condiciones de liberarse de ellos, por lo que la persona afectada vive en continuo estado de postración, de desesperación, de deseos de suicidio. Casi siempre las obsesiones influyen en los sueños. Se me dirá que éstos son estados morbosos, que competen a la psiquiatría. También para todos los demás fenómenos puede haber explicaciones psiquiátricas, parapsicológicas o similares. Pero hay casos que se salen completamente de la sintomatología comprobada por estas ciencias y que, en cambio, revelan síntomas de segura causa o presencia maléfica. Son diferencias que se aprenden con estudio.
Existen también infestaciones diabólicas en casas, objetos y animales. No nos extenderemos ahora en este aspecto.
Citamos, por último, la sujeción diabólica, llamada también dependencia diabólica. Se incurre en este mal cuando nos sometemos deliberadamente a la servidumbre del demonio. Las dos formas más usadas son el pacto de sangre con el diablo y la consagración a Satanás
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