La clínica psicoanalítica apunta a modificar el sufrimiento que padece un paciente. A ese sufrimiento se lo llama Goce, y la forma de modificarlo es hacerlo pasar por el filtro de la palabra. A partir de la palabra se puede aliviar el sufrimiento del síntoma, ese es el gran descubrimiento del psicoanálisis.
El síntoma es aquello de lo que se padece, de lo que se sufre; es lo que hace que vivir la vida resulte imposible. Es no encontrar satisfacción en nada o procurar la insatisfacción en todo. Son aquellas acciones que realizamos y no nos procuran ningún placer, esos pensamientos que nos castigan en los momentos de felicidad. El síntoma es un iceberg enorme que nos aplasta con su tremendo peso, que posee una parte visible para aquel que tenga ojos para ver y otra invisible, sumergida en las profundidades de nuestro “ser”, oculta, latente, dormida, pero siempre presta a hacerse oír para aquel que tenga oídos para escuchar. Y para escuchar esta el psicoanalista.
La labor de un psicoanalista consistirá en una operación de desocultamiento, de descifrado de lo que hay de oculto en el síntoma. De-velando el misterio de lo oculto, corriendo el velo de las apariencias detrás del que el sujeto se escondía, se va perdiendo el pesado lastre que fijaba a ese paciente a un sufrimiento fantasmatico.
El síntoma del que sufre un sujeto se va transformando en el transcurso de un tratamiento psicoanalítico. Esa transformación atraviesa momentos diferentes a lo largo de la cura.
En un primer momento el síntoma no es advertido como tal por aquel que lo padece. La persona ( del griego persona es mascara o careta) no lo reconoce como síntoma, es cuando alguien dice: - “es mi forma de ser”, “yo soy así”. En este primer momento el síntoma es inabordable para el psicoanálisis, el sujeto no se interroga acerca del malestar que le trae aparejado ser así o de porque hace las cosas que hace. Algo debe ocurrir en la vida cotidiana de esa persona para que pueda llegar a interrogarse acerca de la causa, que comience a notar al síntoma como algo ajeno que le procura padecimiento, y que pueda llegar a preguntarse: -“¿porque hago esto?,” o “¿qué es lo que me esta pasando?”.
De esta forma pasamos al segundo momento del síntoma. Aquí el sujeto se angustia, advierte que eso que a el le pasa es un síntoma, en el cual él algo tiene que ver. En este punto se produce un sismo en la vida de ese sujeto, una vacilación de aquellas cosas que daban sentido al vivir hasta ese instante, hay algo sin-sentido que irrumpe y golpea en la débil mascara que se había construido esa persona para ocultar –se. Sin-sentido que irrumpe de diferentes formas, en “la perdida de aquel para el que representábamos algo”, muerte, separación, olvido, omisión, culpa, angustia, depresión, o el “ que hacer con esta pena que es tan tuya” o “que soy ahora que no estas”.
El tercer momento del síntoma consiste en el pedido de ayuda, acudir a alguien que sepa acerca de eso que a el le pasa. Ahora el sujeto desea desembarazarse de ese sufrimiento, hacer otra cosa que padecer y para ello realiza un pedido al psicoanalista de que lo libere de ese malestar.
Hasta aquí los momentos del síntoma que precipitan a un sujeto a pedir ayuda a “UN” psicoanalista, que no será cualquiera. Ese “UN” será aquel que pueda encausar, a partir de su escucha y su interpretación, la dirección que deberá tomar la cura.
Encausar es asumir la causa, brindarse como causa, pero no es caer en la infatuación de creer- ser- la- causa.
El síntoma es aquello de lo que se padece, de lo que se sufre; es lo que hace que vivir la vida resulte imposible. Es no encontrar satisfacción en nada o procurar la insatisfacción en todo. Son aquellas acciones que realizamos y no nos procuran ningún placer, esos pensamientos que nos castigan en los momentos de felicidad. El síntoma es un iceberg enorme que nos aplasta con su tremendo peso, que posee una parte visible para aquel que tenga ojos para ver y otra invisible, sumergida en las profundidades de nuestro “ser”, oculta, latente, dormida, pero siempre presta a hacerse oír para aquel que tenga oídos para escuchar. Y para escuchar esta el psicoanalista.
La labor de un psicoanalista consistirá en una operación de desocultamiento, de descifrado de lo que hay de oculto en el síntoma. De-velando el misterio de lo oculto, corriendo el velo de las apariencias detrás del que el sujeto se escondía, se va perdiendo el pesado lastre que fijaba a ese paciente a un sufrimiento fantasmatico.
El síntoma del que sufre un sujeto se va transformando en el transcurso de un tratamiento psicoanalítico. Esa transformación atraviesa momentos diferentes a lo largo de la cura.
En un primer momento el síntoma no es advertido como tal por aquel que lo padece. La persona ( del griego persona es mascara o careta) no lo reconoce como síntoma, es cuando alguien dice: - “es mi forma de ser”, “yo soy así”. En este primer momento el síntoma es inabordable para el psicoanálisis, el sujeto no se interroga acerca del malestar que le trae aparejado ser así o de porque hace las cosas que hace. Algo debe ocurrir en la vida cotidiana de esa persona para que pueda llegar a interrogarse acerca de la causa, que comience a notar al síntoma como algo ajeno que le procura padecimiento, y que pueda llegar a preguntarse: -“¿porque hago esto?,” o “¿qué es lo que me esta pasando?”.
De esta forma pasamos al segundo momento del síntoma. Aquí el sujeto se angustia, advierte que eso que a el le pasa es un síntoma, en el cual él algo tiene que ver. En este punto se produce un sismo en la vida de ese sujeto, una vacilación de aquellas cosas que daban sentido al vivir hasta ese instante, hay algo sin-sentido que irrumpe y golpea en la débil mascara que se había construido esa persona para ocultar –se. Sin-sentido que irrumpe de diferentes formas, en “la perdida de aquel para el que representábamos algo”, muerte, separación, olvido, omisión, culpa, angustia, depresión, o el “ que hacer con esta pena que es tan tuya” o “que soy ahora que no estas”.
El tercer momento del síntoma consiste en el pedido de ayuda, acudir a alguien que sepa acerca de eso que a el le pasa. Ahora el sujeto desea desembarazarse de ese sufrimiento, hacer otra cosa que padecer y para ello realiza un pedido al psicoanalista de que lo libere de ese malestar.
Hasta aquí los momentos del síntoma que precipitan a un sujeto a pedir ayuda a “UN” psicoanalista, que no será cualquiera. Ese “UN” será aquel que pueda encausar, a partir de su escucha y su interpretación, la dirección que deberá tomar la cura.
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