En un tratamiento psicoanalítico el pasado se actualiza, se hace actual, presente y pasado que se arma, y así es posible intervenir para dejar de sufrirlo como olvido. Pasado como arma de la memoria.
En una sesión, lo dicho, las palabras son escuchadas Realmente, adquiriendo un valor diferente, o perdiendo el que tenían. No todo lo que decimos dice. Hay palabras y palabras. Palabras plenas que portan una verdad, como refugio de la vida que se vive, que dicen aun sin querer. Palabras vacías, huidizas que se “usan” para comunicarse sin decir nada sobre aquel que las pronuncia.
Para un psicoanalísta se trata de dar la palabra al paciente, y que éste se comprometa con lo dicho, responsable de su decir; no es:
“en realidad no es eso lo que quise decir”.
Hay personas que se quejan y me dicen: “UD. Se toma al pie de la letra lo que digo”.
A lo que respondo: “Es que para mi su palabra tiene valor”.
El valor de la palabra.
Decir. Decir puede ser un implicarse subjetivamente con lo dicho.
Dar la palabra para un psicoanalísta es cederla, escuchar, dejarse afectar libremente por lo dicho por el sujeto que acude buscando ayuda, sin prejuicios ni moralismos, sin fantasmas que empañen al escuchar.
Dar la palabra es respetar la dimensión subjetiva del único sujeto puesto en juego y que es el paciente. El acto del psicoanalísta es su intervención, que la mayoría de las veces se confunde con demandas paternalistas que limitan el deseo. Parecería mentira que en pleno siglo XXI tenemos que volver a decir lo tanto dicho:
“NO HAY QUE ORDENARLE A UN PACIENTE LO QUE DEBE HACER”, ni siquiera de la forma mas “sutil”, su enfermedad consiste en eso.
Para el psicoanálisis el lenguaje consiste en lo particular, en lo pluridimensional, donde por detrás de lo que se quiere decir se dice otra cosa, como diría Daniel Viglietti:
“Por detrás de mi voz, escucha, escucha, otra voz canta. Viene de atrás de lejos...”.
Esa otra voz que se hace escuchar a lo lejos asume en los sujetos la dimensión del pasado.
Pasado que por mas pesado que nos resulte no puede ser pisado o cubierto. Y un poeta que dice:
“Vienen a visitarme de tanto en tanto
Ellos solo se anuncian
en un sueño liviano,
juntan las manos
Son los viejos amores que te recorren,
laberinto de flores,
aunque no los nombres
Tienen forma de aire y dos aromas
de siempre conocidos
Nadie puede cambiar
la música de sus palabras
Son los viejos amores que se aparecen
sin querer, de repente,
aunque no los nombres
Esos que te rescatan de algún abismo,
Los que dan la sonrisa,
Llaman esta mañana domingo por la ventana
Son los viejos amores que están adentro,
Siempre latiendo,
Aunque no los nombres”.
El pasado es algo que no pasa, aunque pase de moda. El pasado insiste en cada acto y se entromete en nuestro presente:
Personas que piensan que lo pasado ya fue, que lo pasado pisado, que se debe pensar de aquí en adelante, que borrón y cuenta nueva. Pero aquí se trata de una cuenta vieja, de una deuda antigua, y se sabe que cuanto mas tiempo pasa sin saldar una deuda los intereses se acrecientan. Hoy deuda antigua, casi imposible de saldar. Y eso como espina se halla clavado en la memoria. Perdidas para saldar deudas.
Individuos, que reaccionan a dividirse en el amor, que consideran que el pasado es olvido. Olvido como intento imposible de borrar huellas, las huellas de la vida. No se borran las huellas sin borrarse como sujeto. Lamento comunicarles que el olvido no existe, e insiste.
El pasado son las huellas de nuestro paso por este mundo, simbolizan y nos simbolizan en un solo movimiento. Pasado y marcas que cincelaron nuestro ser: Las arrugas en el rostro, los besos robados, las sombras tenebrosas de aquella niñez.
El mercado de consumo actual ofrece soluciones al respecto:
Para “Las arrugas en el rostro”: Hoy en el mercado de la estética puede encontrar un servicio para borrar las marcas del pasado, Olvido en Colágeno se llama.
Para el recuerdo de “Los besos robados”: Un producto denominado “Prozac”, de venta libre en farmacias, puede ayudarle a olvidar el amor.
Para “Las sombras tenebrosas de aquella niñez”: Aquí el mercado tiene una “Solución Final”: Punto Final al recuerdo y Obediencia a la adaptación del olvido.
La propuesta del psicoanálisis nada tiene que ver con las soluciones anteriormente expuestas. Aquí oponemos desde el psicoanálisis la dignidad al olvido. Nada de olvido, ni silencio. Aquí se trata de tener voz.
Pena pasada que se hace presente en una sesión. Pena de cause oculto que podrá rev(b)elarse. Pena que por ser oculta no deja de causar nuestro destino. Pena por sentirse destinatario de un destino que no se desea. Propuesta de historizar- histerizar el pasado.
Sujeto dividido entre pasado y futuro, y que solo podrá decir presente si advierte su responsabilidad en eso de lo que se queja.
Actualizar el pasado. Des-cubrir, dejar de cubrir. Des-ocultar, dejar de ocultar aquella voz que viene desde lejos y que determinó la forma de vivir, de soñar, de amar.
Actualizar es actuar. Todo acto trae un cambio, otros destinos posibles se abren.
Destino a forjar con memoria. Dejar de ser espectador. Pasar a ser protagonista. Dignidad, de eso se trata.
En una sesión, lo dicho, las palabras son escuchadas Realmente, adquiriendo un valor diferente, o perdiendo el que tenían. No todo lo que decimos dice. Hay palabras y palabras. Palabras plenas que portan una verdad, como refugio de la vida que se vive, que dicen aun sin querer. Palabras vacías, huidizas que se “usan” para comunicarse sin decir nada sobre aquel que las pronuncia.
Para un psicoanalísta se trata de dar la palabra al paciente, y que éste se comprometa con lo dicho, responsable de su decir; no es:
“en realidad no es eso lo que quise decir”.
Hay personas que se quejan y me dicen: “UD. Se toma al pie de la letra lo que digo”.
A lo que respondo: “Es que para mi su palabra tiene valor”.
El valor de la palabra.
Decir. Decir puede ser un implicarse subjetivamente con lo dicho.
Dar la palabra para un psicoanalísta es cederla, escuchar, dejarse afectar libremente por lo dicho por el sujeto que acude buscando ayuda, sin prejuicios ni moralismos, sin fantasmas que empañen al escuchar.
Dar la palabra es respetar la dimensión subjetiva del único sujeto puesto en juego y que es el paciente. El acto del psicoanalísta es su intervención, que la mayoría de las veces se confunde con demandas paternalistas que limitan el deseo. Parecería mentira que en pleno siglo XXI tenemos que volver a decir lo tanto dicho:
“NO HAY QUE ORDENARLE A UN PACIENTE LO QUE DEBE HACER”, ni siquiera de la forma mas “sutil”, su enfermedad consiste en eso.
Para el psicoanálisis el lenguaje consiste en lo particular, en lo pluridimensional, donde por detrás de lo que se quiere decir se dice otra cosa, como diría Daniel Viglietti:
“Por detrás de mi voz, escucha, escucha, otra voz canta. Viene de atrás de lejos...”.
Esa otra voz que se hace escuchar a lo lejos asume en los sujetos la dimensión del pasado.
Pasado que por mas pesado que nos resulte no puede ser pisado o cubierto. Y un poeta que dice:
“Vienen a visitarme de tanto en tanto
Ellos solo se anuncian
en un sueño liviano,
juntan las manos
Son los viejos amores que te recorren,
laberinto de flores,
aunque no los nombres
Tienen forma de aire y dos aromas
de siempre conocidos
Nadie puede cambiar
la música de sus palabras
Son los viejos amores que se aparecen
sin querer, de repente,
aunque no los nombres
Esos que te rescatan de algún abismo,
Los que dan la sonrisa,
Llaman esta mañana domingo por la ventana
Son los viejos amores que están adentro,
Siempre latiendo,
Aunque no los nombres”.
El pasado es algo que no pasa, aunque pase de moda. El pasado insiste en cada acto y se entromete en nuestro presente:
Personas que piensan que lo pasado ya fue, que lo pasado pisado, que se debe pensar de aquí en adelante, que borrón y cuenta nueva. Pero aquí se trata de una cuenta vieja, de una deuda antigua, y se sabe que cuanto mas tiempo pasa sin saldar una deuda los intereses se acrecientan. Hoy deuda antigua, casi imposible de saldar. Y eso como espina se halla clavado en la memoria. Perdidas para saldar deudas.
Individuos, que reaccionan a dividirse en el amor, que consideran que el pasado es olvido. Olvido como intento imposible de borrar huellas, las huellas de la vida. No se borran las huellas sin borrarse como sujeto. Lamento comunicarles que el olvido no existe, e insiste.
El pasado son las huellas de nuestro paso por este mundo, simbolizan y nos simbolizan en un solo movimiento. Pasado y marcas que cincelaron nuestro ser: Las arrugas en el rostro, los besos robados, las sombras tenebrosas de aquella niñez.
El mercado de consumo actual ofrece soluciones al respecto:
Para “Las arrugas en el rostro”: Hoy en el mercado de la estética puede encontrar un servicio para borrar las marcas del pasado, Olvido en Colágeno se llama.
Para el recuerdo de “Los besos robados”: Un producto denominado “Prozac”, de venta libre en farmacias, puede ayudarle a olvidar el amor.
Para “Las sombras tenebrosas de aquella niñez”: Aquí el mercado tiene una “Solución Final”: Punto Final al recuerdo y Obediencia a la adaptación del olvido.
La propuesta del psicoanálisis nada tiene que ver con las soluciones anteriormente expuestas. Aquí oponemos desde el psicoanálisis la dignidad al olvido. Nada de olvido, ni silencio. Aquí se trata de tener voz.
Pena pasada que se hace presente en una sesión. Pena de cause oculto que podrá rev(b)elarse. Pena que por ser oculta no deja de causar nuestro destino. Pena por sentirse destinatario de un destino que no se desea. Propuesta de historizar- histerizar el pasado.
Sujeto dividido entre pasado y futuro, y que solo podrá decir presente si advierte su responsabilidad en eso de lo que se queja.
Actualizar el pasado. Des-cubrir, dejar de cubrir. Des-ocultar, dejar de ocultar aquella voz que viene desde lejos y que determinó la forma de vivir, de soñar, de amar.
Actualizar es actuar. Todo acto trae un cambio, otros destinos posibles se abren.
Destino a forjar con memoria. Dejar de ser espectador. Pasar a ser protagonista. Dignidad, de eso se trata.
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