La muerte repentina, como la causada por un accidente, no empeora necesariamente la
vida astral en manera alguna. No obstante, es preferible la muerte natural, por cuanto el
lento debilitamiento propio de la edad avanzada, o los efectos de una prolongada
enfermedad, van casi invariablemente acompañados de un aflojamiento y
quebrantamiento de las partículas astrales; de manera que, al morir y recobrar la
conciencia en el plano astral, el hombre encuentra hecho, por lo menos, parte del trabajo
principal que tenía que hacer allí.
En la mayoría de los casos, cuando la vida se corta repentinamente en un accidente o
por el suicidio, el vínculo entre kama (deseo) y prana (vitalidad) no se rompe
fácilmente; en consecuencia, el cuerpo astral queda fuertemente vivificado. El proceso
de retirar los principios sutiles de su envoltura física, cuando la muerte es repentina por
cualquier causa, se ha comparado al acto de arrancar el hueso de una fruta verde. Una
gran parte de la materia astral más gruesa queda adherida a la personalidad; la cual, por
esa causa, queda retenida en el séptimo o más bajo subplano astral.
Por otra parte, el terror y la perturbación mental, que ordinariamente acompaña a la
muerte por accidente, no es en manera alguna preparación favorable para la vida astral... En ciertos, aunque raros casos, la perturbación y el tenor pueden durar algún tiempo
después de la muerte.
A las víctimas de la pena capital, aparte del daño que se les causa, al arrancar
violentamente su cuerpo astral del físico, mientras están dominados por sentimientos de
odio, pasión, venganza y demás, constituyen elementos especialmente peligrosos en el
mundo astral. Por desagradable que sea a la sociedad un asesino en su cuerpo físico, es
mucho más peligroso una vez que se lo expulsa de ese cuerpo. La sociedad se puede
proteger de los asesinos en cuerpo físico, pero carece de defensa contra los asesinos
arrojados al plano astral en pleno hervor de sus pasiones. Tales individuos muy bien
pueden actuar como instigadores de otros asesinatos. Es bien sabido que cierta clase de
asesinatos se repiten varias veces en la misma comunidad.
En cuanto a los suicidas, la situación se complica todavía más, a causa de que su acto
temerario disminuye enormemente el poder del Ego para atraer a sí la porción inferior;
por lo tanto, lo expone a mayores peligros. No obstante, se ha de tener en cuenta que,
como ya se ha dicho, el grado de culpa del suicida varía considerablemente, según las
circunstancias, desde el acto, sin culpa moral, de Sócrates, pasando por todos los grados
hasta quien comete suicidio para escapar a la pena física de sus crímenes; como es
natural, la situación después de la muerte varía de acuerdo.
Las consecuencias kármicas del suicidio son usualmente inmensas; influirán
ciertamente sobre la vida siguiente y es probable que sobre más de una vida. Es crimen
contra la Naturaleza entrometerse en el período prescrito para la vida física; porque cada
uno tiene señalado un plazo de vida, determinado por una complicada serie de causas
anteriores, o sea, por el karma; tal término ha de correr hasta agotarse, antes de la
disolución de la personalidad.
La actitud mental de la persona al tiempo de la muerte determina la subsiguiente
situación de la misma. Existe una profunda diferencia entre quien rinde su vida por
motivos altruistas, y uno que deliberadamente destruye la suya por motivos egoístas, tal
como temor u otro por el estilo.
Los hombres puros y de mente espiritual, víctimas de accidentes, etc., pasan durmiendo
tranquilamente el resto de su vida natural. En otros casos, permanecen conscientes (con
frecuencia, envueltos en la escena final de su vida terrena durante un tiempo), retenidos
en la región con la cual están vinculados por la .capa exterior de su cuerpo astral. Su
vida kamalóquica normal no principia hasta que se ha desenvuelto toda su vida terrena,
y son conscientes del mundo astral y del físico que les rodea.
No se ha de suponer, ni por un momento, que, dada la superioridad, en muchos sentidos,
de la vida astral sobre la física, el hombre tenga justificación para cometer suicidio o
buscar la muerte. Los hombres encarnan en cuerpos físicos con un propósito, que sólo
puede realizarse en el mundo físico. Hay en éste lecciones que aprender, las cuales no
pueden ser aprendidas en otra parte alguna; cuanto antes las aprenda más pronto
quedará el hombre libre de la necesidad de volver a la vida inferior y más limitada de la
tierra.
El Ego tiene que experimentar muchas molestias para encarnar en un cuerpo
físico, así como para vivir durante el pesado período de la primera edad, durante el cual
adquiere gradualmente y con gran esfuerzo el dominio sobre sus nuevos vehículos; por
lo tanto, estos esfuerzos no han de ser desperdiciados tontamente.
A este respecto, se ha
de obedecer al instinto de propia conservación pues es deber del hombre aprovechar lo
más posible su vida terrena y retenerla lo más que permitan las circunstancias.
Si un hombre muerto repentinamente ha llevado una vida baja, brutal, egoísta y sensual,
quedará plenamente consciente en el séptimo subplano astral, y es posible que se
convierta en una entidad terriblemente maligna. Inflamado con apetitos que no puede
satisfacer, tratará de gratificar sus pasiones valiéndose de algún médium o persona
sensitiva a la cual puede obsesar. Tales entidades sienten un gozo diabólico al emplear
todas las artes del engaño astral para inducir a otros a cometer los mismos excesos que
ellos cometieron. De este clase y de los cascarones vitalizados se reclutan los demonios
tentadores de la literatura esclesiástica.
La siguiente descripción expresa con claridad la situación de las víctimas de muerte
violenta, sea por suicidio o por accidentes, cuando son personas depravadas y burdas:
"Sombras desdichadas; si son pecadores y sensuales vagan. . . hasta que les llega la hora
en que debieron morir. Muertos en plena exhuberancia de sus pasiones terrenas, que los
atan a las escenas acostumbradas, son atraídas por las oportunidades que se les ofrece de
satisfacerlas momentáneamente. Son los Pishachas, los íncubos y súcubos de tiempos
medievales; los demonios de la sed, de la glotonería, de la lujuria y de la avaricia;
elementales de astucia, malignidad y crueldad intensificada; que provocan a sus
víctimas a cometer crímenes horribles, solazándose en la comisión de los mismos".
Los soldados muertos en batalla no entran en esta categoría; porque, sea que la causa
por la que luchan sea justa o injusta en abstracto, ellos la creen justa; para ellos es el
cumplimiento del deber y sacrifican sus vidas voluntaria y abnegadamente. No obstante
sus horrores, la guerra puede ser, en cierto plano, un potente factor de evolución. Esto
también es el grano de verdad contenido en la idea del mahometano fanático, según la
cual, el hombre que muere luchando por su credo alcanza directamente a una vida muy
agradable en el otro mundo.
En el caso de niños que mueren a temprana edad, no es probable que tengan mucha
afinidad con las subdivisiones más bajas del mundo astral, y rara vez se los encuentra en
los subplanos astrales más bajos.
Algunas personas se aferran tan desesperadamente a la existencia material que, al morir,
sus cuerpos astrales no pueden separarse completamente del etérico; en consecuencia,
despiertan rodeados todavía de materia etérica. Tales personas se encuentran en una
condición muy desagradable; están separados del mundo astral por la envoltura etérica
que los envuelve, al mismo tiempo, están separados de la vida física ordinaria, por
cuanto carecen de órganos de sentidos físicos.
El resultado es que vagan solos, aterrorizados, sin poder comunicarse con entidades de
ninguno de los planos. Son incapaces de comprender que, si no se aferraran
frenéticamente a la materia, pasarían, después de unos momentos de inconsciencia, a la
vida ordinaria del plano astral. Pero se aferran a su mundo gris con su mísera semi
conciencia, para no hundirse en lo que ellos creen extinción completa, o en el infierno
que les han enseñado a creer. Sin embargo, en el transcurso del tiempo, la envoltura
etérica se desgasta, y se reanuda el proceso natural, a pesar de los esfuerzos de tales
seres; algunos, en su desesperación, se sueltan y prefieren la aniquilación a la existencia
que llevan, con un resultado sorprendente por lo agradable. En algunos casos, otra
entidad astral ayuda a tales individuos, persuadiéndolos de que suelten lo que para ellos
es vida, En otros casos, tienen la desgracia de encontrar el medio de reanudar, en cierta
medida, su contacto con la vida física, con la ayuda de un médium; sin embargo, por
regla general, el "espíritu-guía" del médium les impide, muy acertadamente, el acceso al
mismo.
El "guía" obra acertadamente, por cuanto tales entidades, a causa de su terror y
necesidad, pierden todo escrúpulo y obsesarían, hasta enloquecerlo, al médium, con
cuyo Ego lucharían como lucha por la vida el hombre que se ahoga; lo cual no les sería
difícil si el Ego del médium no tuviera pleno dominio sobre sus vehículos, por mantener
deseos, pensamientos y pasiones indeseables.
A veces una entidad puede apoderarse del cuerpo de un infante, desalojando a la débil
personalidad a la cual está destinado; a veces, llegan hasta obsesar el cuerpo de un
animal; en cuyo caso el fragmento del alma-grupo (que, en el animal, ocupa el lugar del
Ego en el hombre), tiene sobre el cuerpo un dominio menos fuerte que el de un Ego.
Esta obsesión puede ser completa o parcial. La entidad obsesante consigue así entrar,
una vez más, en contacto con el plano físico; ve a través de los ojos del animal y siente
el dolor infligido al mismo; en efecto, por el momento, en cuanto atañe a su conciencia,
es el animal.
El individuo que se liga de esta manera a un animal no puede abandonar el cuerpo a
voluntad, sino sólo gradualmente y con esfuerzo considerable, durante, quizás, varios
días. Ordinariamente queda libre a la muerte del animal; aun entonces queda un lazo
astral que desprender. Después de la muerte del animal, tal ser trata, a veces, de obsesar
a otro miembro del mismo rebaño, o a cualquiera otra criatura de la cual se pueda
apoderar en su desesperación. Los animales más comúnmente tomados son, al parecer,
los menos desarrollados, tales como las ovejas y los cerdos. Los animales más
inteligentes, como perros, gatos y caballos, no son, al parecer, desposeídos tan
fácilmente aunque ocurren algunos casos.
Todas las obsesiones, sean de un cuerpo humano o de un animal, perjudican y
entorpecen al desenvolvimiento de la entidad obsesante, porque fortalecen
temporalmente su vínculo con lo material, y retrasan, de esta manera, el progreso
natural en la vida astral, además de establecer vínculos kármicos no deseables.
En el caso de un individuo que, impulsado por apetitos depravados forma un vínculo
muy fuerte con un animal de cualquier clase, su cuerpo astral presentará características
animales; hasta puede tomar la apariencia del animal cuyas cualidades ha fomentado
durante la vida terrena. En casos extremos, el individuo puede quedar ligado al cuerpo
astral del animal y, de esta manera, estar encadenado, como prisionero, al cuerpo físico
del mismo. El hombre, en tales condiciones, es consciente en el mundo astral, posee sus
facultades humanas, pero no puede controlar el cuerpo del animal ni expresarse por
medio del mismo en el plano físico. El organismo animal actúa como carcelero más que
como vehículo; además el alma del animal no abandona el cuerpo, sino que permanece
como verdadero ocupante del mismo.
Casos por el estilo explican, al menos en parte, la creencia corriente en muchos países
orientales, de que un hombre puede, bajo ciertas circunstancias, reencarnar en un cuerpo
animal.
Un destino similar recae sobre el hombre al volver al plano astral en su retorno para
renacer en el físico. De esto nos ocuparemos en el Capítulo XXIV, que trata del
Renacimiento.
La clase de personas apegadas, decididamente, a la tierra por la ansiedad, se llaman a
veces "inclinadas a la tierra"; como dice Saint Martin tales personas son
"permanecedores" no "retornadores" por ser incapaces de desprenderse completamente
de la materia física, hasta que se ha arreglado algún asunto que les interesa
especialmente.
Hemos visto ya, que el hombre real va retirándose más y más de sus cuerpos exteriores,
y que manas o mente, en particular, trata de desprenderse de kama o deseo. En ciertos
casos, la personalidad, u hombre inferior, está tan fuertemente dominado por kama que
la mente inferior está completamente esclavizada y no puede desprenderse, al punto que
el vínculo entre el mental inferior y el superior, es decir, el hilo de plata que la liga al
Maestro se corta en dos. Esto se llama en ocultismo "pérdida del Alma". Es la pérdida
del yo personal, el cual se ha separado de su progenitor y se ha condenado el mismo a
perecer.
En tales casos, aún durante la vida terrena, el cuaternario inferior está separado de la
Triada; es decir, los principios inferiores, encabezados por manas inferior, están
separados de los principios superiores, Atma, Buddhi y Manas superior. El hombre está
dividido en dos; el bruto se ha libertado y va sin freno, llevando consigo el reflejo de la
luz manásica, que debía haberle guiado en el curso de la vida. Tal criatura, en virtud de
poseer la mente, es más peligrosa que un animal no evolucionado; aunque humano en la
forma, es de naturaleza bestial, exento de sentimiento, de verdad, de amor y de justicia.
Después de la muerte física, tal cuerpo astral es una entidad de terrible potencia, con la
particularidad de que puede reencarnar en el mundo de los hombres. Sin otros instintos
que los del animal, impulsados por la pasión, nunca por emociones, con una astucia que
ningún bruto puede emular, una malignidad deliberada, llega al máximo de la vileza, y
es el enemigo natural de todos los seres humanos normales. Un ser de esta clase, al que
se conoce como Elemental Humano, se hunde más y más en cada encarnación, hasta
que la fuerza maligna se desgasta y perece, desprendido de la fuente de vida; se
desintegra entonces y queda perdido como existencia separada.
Desde el punto de vista del Ego, no se ha obtenido de aquella personalidad cosecha ni
experiencia útiles; el "rayo" no ha traído nada; lo inferior ha resultado un fracaso total y
completo.
La palabra Elemental ha sido empleada por varios escritores y en muy diferente sentido;
pero se recomienda que se limite a la entidad que se acaba de describir.
vida astral en manera alguna. No obstante, es preferible la muerte natural, por cuanto el
lento debilitamiento propio de la edad avanzada, o los efectos de una prolongada
enfermedad, van casi invariablemente acompañados de un aflojamiento y
quebrantamiento de las partículas astrales; de manera que, al morir y recobrar la
conciencia en el plano astral, el hombre encuentra hecho, por lo menos, parte del trabajo
principal que tenía que hacer allí.
En la mayoría de los casos, cuando la vida se corta repentinamente en un accidente o
por el suicidio, el vínculo entre kama (deseo) y prana (vitalidad) no se rompe
fácilmente; en consecuencia, el cuerpo astral queda fuertemente vivificado. El proceso
de retirar los principios sutiles de su envoltura física, cuando la muerte es repentina por
cualquier causa, se ha comparado al acto de arrancar el hueso de una fruta verde. Una
gran parte de la materia astral más gruesa queda adherida a la personalidad; la cual, por
esa causa, queda retenida en el séptimo o más bajo subplano astral.
Por otra parte, el terror y la perturbación mental, que ordinariamente acompaña a la
muerte por accidente, no es en manera alguna preparación favorable para la vida astral... En ciertos, aunque raros casos, la perturbación y el tenor pueden durar algún tiempo
después de la muerte.
A las víctimas de la pena capital, aparte del daño que se les causa, al arrancar
violentamente su cuerpo astral del físico, mientras están dominados por sentimientos de
odio, pasión, venganza y demás, constituyen elementos especialmente peligrosos en el
mundo astral. Por desagradable que sea a la sociedad un asesino en su cuerpo físico, es
mucho más peligroso una vez que se lo expulsa de ese cuerpo. La sociedad se puede
proteger de los asesinos en cuerpo físico, pero carece de defensa contra los asesinos
arrojados al plano astral en pleno hervor de sus pasiones. Tales individuos muy bien
pueden actuar como instigadores de otros asesinatos. Es bien sabido que cierta clase de
asesinatos se repiten varias veces en la misma comunidad.
En cuanto a los suicidas, la situación se complica todavía más, a causa de que su acto
temerario disminuye enormemente el poder del Ego para atraer a sí la porción inferior;
por lo tanto, lo expone a mayores peligros. No obstante, se ha de tener en cuenta que,
como ya se ha dicho, el grado de culpa del suicida varía considerablemente, según las
circunstancias, desde el acto, sin culpa moral, de Sócrates, pasando por todos los grados
hasta quien comete suicidio para escapar a la pena física de sus crímenes; como es
natural, la situación después de la muerte varía de acuerdo.
Las consecuencias kármicas del suicidio son usualmente inmensas; influirán
ciertamente sobre la vida siguiente y es probable que sobre más de una vida. Es crimen
contra la Naturaleza entrometerse en el período prescrito para la vida física; porque cada
uno tiene señalado un plazo de vida, determinado por una complicada serie de causas
anteriores, o sea, por el karma; tal término ha de correr hasta agotarse, antes de la
disolución de la personalidad.
La actitud mental de la persona al tiempo de la muerte determina la subsiguiente
situación de la misma. Existe una profunda diferencia entre quien rinde su vida por
motivos altruistas, y uno que deliberadamente destruye la suya por motivos egoístas, tal
como temor u otro por el estilo.
Los hombres puros y de mente espiritual, víctimas de accidentes, etc., pasan durmiendo
tranquilamente el resto de su vida natural. En otros casos, permanecen conscientes (con
frecuencia, envueltos en la escena final de su vida terrena durante un tiempo), retenidos
en la región con la cual están vinculados por la .capa exterior de su cuerpo astral. Su
vida kamalóquica normal no principia hasta que se ha desenvuelto toda su vida terrena,
y son conscientes del mundo astral y del físico que les rodea.
No se ha de suponer, ni por un momento, que, dada la superioridad, en muchos sentidos,
de la vida astral sobre la física, el hombre tenga justificación para cometer suicidio o
buscar la muerte. Los hombres encarnan en cuerpos físicos con un propósito, que sólo
puede realizarse en el mundo físico. Hay en éste lecciones que aprender, las cuales no
pueden ser aprendidas en otra parte alguna; cuanto antes las aprenda más pronto
quedará el hombre libre de la necesidad de volver a la vida inferior y más limitada de la
tierra.
El Ego tiene que experimentar muchas molestias para encarnar en un cuerpo
físico, así como para vivir durante el pesado período de la primera edad, durante el cual
adquiere gradualmente y con gran esfuerzo el dominio sobre sus nuevos vehículos; por
lo tanto, estos esfuerzos no han de ser desperdiciados tontamente.
A este respecto, se ha
de obedecer al instinto de propia conservación pues es deber del hombre aprovechar lo
más posible su vida terrena y retenerla lo más que permitan las circunstancias.
Si un hombre muerto repentinamente ha llevado una vida baja, brutal, egoísta y sensual,
quedará plenamente consciente en el séptimo subplano astral, y es posible que se
convierta en una entidad terriblemente maligna. Inflamado con apetitos que no puede
satisfacer, tratará de gratificar sus pasiones valiéndose de algún médium o persona
sensitiva a la cual puede obsesar. Tales entidades sienten un gozo diabólico al emplear
todas las artes del engaño astral para inducir a otros a cometer los mismos excesos que
ellos cometieron. De este clase y de los cascarones vitalizados se reclutan los demonios
tentadores de la literatura esclesiástica.
La siguiente descripción expresa con claridad la situación de las víctimas de muerte
violenta, sea por suicidio o por accidentes, cuando son personas depravadas y burdas:
"Sombras desdichadas; si son pecadores y sensuales vagan. . . hasta que les llega la hora
en que debieron morir. Muertos en plena exhuberancia de sus pasiones terrenas, que los
atan a las escenas acostumbradas, son atraídas por las oportunidades que se les ofrece de
satisfacerlas momentáneamente. Son los Pishachas, los íncubos y súcubos de tiempos
medievales; los demonios de la sed, de la glotonería, de la lujuria y de la avaricia;
elementales de astucia, malignidad y crueldad intensificada; que provocan a sus
víctimas a cometer crímenes horribles, solazándose en la comisión de los mismos".
Los soldados muertos en batalla no entran en esta categoría; porque, sea que la causa
por la que luchan sea justa o injusta en abstracto, ellos la creen justa; para ellos es el
cumplimiento del deber y sacrifican sus vidas voluntaria y abnegadamente. No obstante
sus horrores, la guerra puede ser, en cierto plano, un potente factor de evolución. Esto
también es el grano de verdad contenido en la idea del mahometano fanático, según la
cual, el hombre que muere luchando por su credo alcanza directamente a una vida muy
agradable en el otro mundo.
En el caso de niños que mueren a temprana edad, no es probable que tengan mucha
afinidad con las subdivisiones más bajas del mundo astral, y rara vez se los encuentra en
los subplanos astrales más bajos.
Algunas personas se aferran tan desesperadamente a la existencia material que, al morir,
sus cuerpos astrales no pueden separarse completamente del etérico; en consecuencia,
despiertan rodeados todavía de materia etérica. Tales personas se encuentran en una
condición muy desagradable; están separados del mundo astral por la envoltura etérica
que los envuelve, al mismo tiempo, están separados de la vida física ordinaria, por
cuanto carecen de órganos de sentidos físicos.
El resultado es que vagan solos, aterrorizados, sin poder comunicarse con entidades de
ninguno de los planos. Son incapaces de comprender que, si no se aferraran
frenéticamente a la materia, pasarían, después de unos momentos de inconsciencia, a la
vida ordinaria del plano astral. Pero se aferran a su mundo gris con su mísera semi
conciencia, para no hundirse en lo que ellos creen extinción completa, o en el infierno
que les han enseñado a creer. Sin embargo, en el transcurso del tiempo, la envoltura
etérica se desgasta, y se reanuda el proceso natural, a pesar de los esfuerzos de tales
seres; algunos, en su desesperación, se sueltan y prefieren la aniquilación a la existencia
que llevan, con un resultado sorprendente por lo agradable. En algunos casos, otra
entidad astral ayuda a tales individuos, persuadiéndolos de que suelten lo que para ellos
es vida, En otros casos, tienen la desgracia de encontrar el medio de reanudar, en cierta
medida, su contacto con la vida física, con la ayuda de un médium; sin embargo, por
regla general, el "espíritu-guía" del médium les impide, muy acertadamente, el acceso al
mismo.
El "guía" obra acertadamente, por cuanto tales entidades, a causa de su terror y
necesidad, pierden todo escrúpulo y obsesarían, hasta enloquecerlo, al médium, con
cuyo Ego lucharían como lucha por la vida el hombre que se ahoga; lo cual no les sería
difícil si el Ego del médium no tuviera pleno dominio sobre sus vehículos, por mantener
deseos, pensamientos y pasiones indeseables.
A veces una entidad puede apoderarse del cuerpo de un infante, desalojando a la débil
personalidad a la cual está destinado; a veces, llegan hasta obsesar el cuerpo de un
animal; en cuyo caso el fragmento del alma-grupo (que, en el animal, ocupa el lugar del
Ego en el hombre), tiene sobre el cuerpo un dominio menos fuerte que el de un Ego.
Esta obsesión puede ser completa o parcial. La entidad obsesante consigue así entrar,
una vez más, en contacto con el plano físico; ve a través de los ojos del animal y siente
el dolor infligido al mismo; en efecto, por el momento, en cuanto atañe a su conciencia,
es el animal.
El individuo que se liga de esta manera a un animal no puede abandonar el cuerpo a
voluntad, sino sólo gradualmente y con esfuerzo considerable, durante, quizás, varios
días. Ordinariamente queda libre a la muerte del animal; aun entonces queda un lazo
astral que desprender. Después de la muerte del animal, tal ser trata, a veces, de obsesar
a otro miembro del mismo rebaño, o a cualquiera otra criatura de la cual se pueda
apoderar en su desesperación. Los animales más comúnmente tomados son, al parecer,
los menos desarrollados, tales como las ovejas y los cerdos. Los animales más
inteligentes, como perros, gatos y caballos, no son, al parecer, desposeídos tan
fácilmente aunque ocurren algunos casos.
Todas las obsesiones, sean de un cuerpo humano o de un animal, perjudican y
entorpecen al desenvolvimiento de la entidad obsesante, porque fortalecen
temporalmente su vínculo con lo material, y retrasan, de esta manera, el progreso
natural en la vida astral, además de establecer vínculos kármicos no deseables.
En el caso de un individuo que, impulsado por apetitos depravados forma un vínculo
muy fuerte con un animal de cualquier clase, su cuerpo astral presentará características
animales; hasta puede tomar la apariencia del animal cuyas cualidades ha fomentado
durante la vida terrena. En casos extremos, el individuo puede quedar ligado al cuerpo
astral del animal y, de esta manera, estar encadenado, como prisionero, al cuerpo físico
del mismo. El hombre, en tales condiciones, es consciente en el mundo astral, posee sus
facultades humanas, pero no puede controlar el cuerpo del animal ni expresarse por
medio del mismo en el plano físico. El organismo animal actúa como carcelero más que
como vehículo; además el alma del animal no abandona el cuerpo, sino que permanece
como verdadero ocupante del mismo.
Casos por el estilo explican, al menos en parte, la creencia corriente en muchos países
orientales, de que un hombre puede, bajo ciertas circunstancias, reencarnar en un cuerpo
animal.
Un destino similar recae sobre el hombre al volver al plano astral en su retorno para
renacer en el físico. De esto nos ocuparemos en el Capítulo XXIV, que trata del
Renacimiento.
La clase de personas apegadas, decididamente, a la tierra por la ansiedad, se llaman a
veces "inclinadas a la tierra"; como dice Saint Martin tales personas son
"permanecedores" no "retornadores" por ser incapaces de desprenderse completamente
de la materia física, hasta que se ha arreglado algún asunto que les interesa
especialmente.
Hemos visto ya, que el hombre real va retirándose más y más de sus cuerpos exteriores,
y que manas o mente, en particular, trata de desprenderse de kama o deseo. En ciertos
casos, la personalidad, u hombre inferior, está tan fuertemente dominado por kama que
la mente inferior está completamente esclavizada y no puede desprenderse, al punto que
el vínculo entre el mental inferior y el superior, es decir, el hilo de plata que la liga al
Maestro se corta en dos. Esto se llama en ocultismo "pérdida del Alma". Es la pérdida
del yo personal, el cual se ha separado de su progenitor y se ha condenado el mismo a
perecer.
En tales casos, aún durante la vida terrena, el cuaternario inferior está separado de la
Triada; es decir, los principios inferiores, encabezados por manas inferior, están
separados de los principios superiores, Atma, Buddhi y Manas superior. El hombre está
dividido en dos; el bruto se ha libertado y va sin freno, llevando consigo el reflejo de la
luz manásica, que debía haberle guiado en el curso de la vida. Tal criatura, en virtud de
poseer la mente, es más peligrosa que un animal no evolucionado; aunque humano en la
forma, es de naturaleza bestial, exento de sentimiento, de verdad, de amor y de justicia.
Después de la muerte física, tal cuerpo astral es una entidad de terrible potencia, con la
particularidad de que puede reencarnar en el mundo de los hombres. Sin otros instintos
que los del animal, impulsados por la pasión, nunca por emociones, con una astucia que
ningún bruto puede emular, una malignidad deliberada, llega al máximo de la vileza, y
es el enemigo natural de todos los seres humanos normales. Un ser de esta clase, al que
se conoce como Elemental Humano, se hunde más y más en cada encarnación, hasta
que la fuerza maligna se desgasta y perece, desprendido de la fuente de vida; se
desintegra entonces y queda perdido como existencia separada.
Desde el punto de vista del Ego, no se ha obtenido de aquella personalidad cosecha ni
experiencia útiles; el "rayo" no ha traído nada; lo inferior ha resultado un fracaso total y
completo.
La palabra Elemental ha sido empleada por varios escritores y en muy diferente sentido;
pero se recomienda que se limite a la entidad que se acaba de describir.
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